Este articulo es un "copia y pega" del publicado en La Voz de Galicia y titulado "El día que Umberto Eco soñó con morir en Galicia"
El 5 de enero de 1992 Umberto Eco cumplía 60 años. Y durante un instante soñó con morir en A Coruña. Ese día paseó sus neuronas por la Casa de las Ciencias escoltado, entre otros, por Francisco Vázquez, Ramón Núñez e Isaac Díaz Pardo. Con ellos se retrató junto al péndulo de Foucault, instrumento que daba título a la que entonces era su última novela.
La visita se hizo célebre luego por el regalo de cumpleaños que Núñez Centella tenía preparado para el catedrático de Semiótica. Pero mejor será escuchar cómo lo contaba el propio Eco, que recogió la anécdota en su libro Seis paseos por los bosques narrativos .
«Hace algunos meses -relataba el escritor- me invitaron a visitar el Museo de la Ciencia y de la Técnica de La Coruña, en Galicia, y al final de mi visita el director me anunció una sorpresa y me llevó al planetario. Los planetarios son siempre lugares sugestivos, porque cuando se apaga la luz se tiene verdaderamente la impresión de estar sentado en un desierto, bajo la bóveda de las estrellas. Pero aquel día me había sido reservado algo más».
«En un determinado momento, se hizo la oscuridad más total, se difundió una bellísima canción de cuna de Falla y lentamente (aunque un poco más deprisa que la realidad, porque todo tuvo lugar en un cuarto de hora) encima de mi cabeza empezó a girar el cielo que se veía en la noche entre el 5 y el 6 de enero de 1932 sobre la ciudad de Alessandria. Viví, con una evidencia casi hiperreal, mi primera noche de vida», contaba el italiano con emoción.
«La viví por vez primera -añadía el pensador-, puesto que yo aquella noche no la había visto. Acaso no la viera tampoco mi madre, agotada por las fatigas del parto, pero quizá la vio mi padre, saliendo de puntillas al balcón, un poco agitado e insomne por el acontecimiento maravilloso (por lo menos para él) del que había sido testigo y remota concausa».
Umberto Eco aprovechaba esta vivencia singular para cerrar su ciclo de conferencias en la Universidad de Harvard en 1993, textos que recopiló en Seis paseos por los bosques narrativos. La bóveda del Planetario remata el libro y las explicaciones de Eco a sus alumnos, a los que trataba de inculcar algunas certezas sobre las extrañas relaciones entre literatura y vida.
«Me perdonarán si en aquellos quince minutos tuve la impresión de ser el único hombre sobre la faz de la tierra (desde el principio de los tiempos) que se estuviera reuniendo con su propio principio. Era tan feliz que experimenté la sensación (casi el deseo) de que podía, de que habría debido morir en ese momento», confesaba Eco.
«Habría podido morir -continuaba el catedrático- porque ya había vivido la más hermosa de las historias que hubiera leído jamás en mi vida, había encontrado, quizá, la historia que todos buscan entre páginas y páginas de centenares de libros, o en las pantallas de muchas salas cinematográficas, y era un relato cuyos protagonistas eran las estrellas y yo. Era ficción, porque la historia había sido reinventada por el director del planetario, era Historia, porque contaba qué había sucedido en el cosmos en un momento del pasado, era vida real porque yo era verdadero y no el personaje de una novela».
Para Umberto Eco, el Planetario coruñés fue durante quince minutos «un bosque narrativo del que no habría querido salir jamás».
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